Hay peregrinos de la eternidad, cuya nave va errante de acá para allá, y que nunca echarán el ancla.
Un barco no debería navegar con una sola ancla, ni la vida con una sola esperanza.
No debemos sujetar nuestra nave con una ancla sólo ni nuestra vida con una sola esperanza.
Dar la felicidad y hacer el bien, he ahí nuestra ley, nuestra ancla de salvación, nuestro faro, nuestra razón de ser.